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Por la verdad, por nuestra historia, por nuestros hijos

¿Volverá a imponerse la amnesia? Depende de nosotros olvidar o recordar

Publicado: 2017-07-07

El indulto es un residuo de los antiguos poderes monárquicos, en los que un rey, emperador, o sus representantes, ordenaban (por buenos motivos o por simple capricho) que un delincuente escapara al castigo, o dejara de ser castigado. Esto ha sido claro desde tiempos inmemoriales, a tal punto que el caso más conocido de indulto se da en los Evangelios, cuando Poncio Pilatos, prefecto de Judea, perdona a Barrabás, notorio asesino, en nombre del emperador Tiberio.

Puede argüirse que los tiempos han cambiado y que ahora el indulto, el derecho de gracia, la conmutación de pena y otros beneficios similares no pueden aplicarse a voluntad. Sin embargo, no por ello dejan de ser vestigios de épocas pasadas, y negaciones del principio de igualdad ante la ley. Porque si un delincuente no tuvo consideraciones con su víctima, ¿por qué razones la sociedad y el Estado deberían tener consideraciones con él?

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En el caso concreto de Alberto Fujimori, el ex dictador no ha hecho méritos para merecer un trato especial, más allá del que nuestra aún débil democracia le ha dado. Vive en una prisión casi hogareña, con visitas frecuentes de familiares, médicos, consejeros, aduladores y aduladoras; es el único preso del Perú que vive cómodamente en un ambiente de 10 mil metros cuadrados, con cocina full equipo, cama clínica, talleres de pintura y escultura, sala de visitas, comedor, consultorio médico, huerta, jardín y salidas rutinarias a los hospitales de su preferencia.

Como suele suceder con los mandones caídos en desgracia, Fujimori niega haber ordenado o sabido nada de lo que su asesor Montesinos y el grupo “Colina” hicieron: Barrios Altos, La Cantuta, Pedro Yauri, las desapariciones del Santa y las de la Universidad del Centro, entre muchos otros crímenes. Pero al mismo tiempo, el ex candidato al Senado japonés argumenta merecer un trato especial por haber vencido al terrorismo. Fue él, nos dicen el reo y sus partidarios, quien acabó con el terror de Sendero Luminoso y el MRTA; él diseñó la estrategia antisubversiva y supervisó su ejecución, coordinando los esfuerzos de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.

El problema es que, por lógica simple, Fujimori no puede ser al mismo tiempo el arquitecto de la derrota del terrorismo (24 horas al día, 7 días a la semana) y un pobre bobo que se dejaba engañar por Montesinos y “Colina”. Es uno o es otro; tal vez un punto intermedio entre los dos extremos; pero no puede ser los dos extremos a la vez. Una constatación tan simple nos lleva a otro punto importante: ¿se ha arrepentido Fujimori?

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Es obvio que, si Fujimori no ha reconocido sus crímenes, es imposible que se arrepienta de ellos. Pero tampoco ha adoptado la estrategia contraria: reivindicar Barrios Altos, La Cantuta, El Santa, la Universidad del Centro como actos de estado, como hitos de su “lucha contra el terrorismo”. A eso apuntan a veces sus defensores: los heladeros de Barrios Altos eran senderistas, los estudiantes de La Cantuta se autosecuestraron, Gustavo Gorriti fue a tomar café al SIN, dicen. Lo dicen, pero siempre a media voz, con reparo, con miedo, con vergüenza, de manera oficiosa, a través de periodistas, blogueros y trolls de alquiler. ¿Por qué?

Simplemente, porque Fujimori y sus aduladores saben que Barrios Altos, La Cantuta, El Santa, la Universidad del Centro, no fueron batallas ganadas, sino crímenes injustificables, frente a los cuales sólo cabe acumular una mentira tras otra y tratar de cambiar de tema lo más pronto posible. Son conscientes de que torturaron, desaparecieron, asesinaron a sangre fría a gente inocente, a mujeres y niños, a civiles desarmados. Por eso no se atreven a reivindicar sus hechos abiertamente; por eso, cuando están frente a un tribunal, niegan todo, dicen que no sabían nada, se culpan unos a otros.

Pero a la primera ocasión, y gracias a la amnesia histórica de muchos peruanos, los asesinos son indultados, amnistiados, premiados, ascendidos. La amnesia peruana es vieja y confiable: gracias a ella, se ha olvidado, entre otras cosas, que la dictadura nos hizo perder una guerra, que cientos de jóvenes fueron a una muerte segura, con armas inservibles, compradas a precios de usura para que una cúpula cívico-militar pudiera enriquecerse.

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¿Volverá a imponerse la amnesia histórica? Como siempre, depende de nosotros, de nuestra decisión de optar por olvidar o recordar. Podemos optar por el olvido, decir, como hizo el presidente Kuczynski, que no es un indulto sino un “perdón médico”, y seguir con nuestras vidas. O podemos recordar saliendo a las calles a protestar. Tal vez no impidamos que Fujimori salga en libertad, pero podremos seguir mirando a nuestros hijos cara a cara. Y los hombres y mujeres del mañana no creerán que la amnesia y la mentira forman parte de la normalidad.


Escrito por

COMISEDH

COMISEDH es una asociación civil sin fines de lucro, con más de 40 años de experiencia en la defensa de los derechos humanos en el Perú.


Publicado en

COMISEDH, Comisión de Derechos Humanos

Espacio de opinión (no necesariamente institucional) de los integrantes, colaboradores y amigos de COMISEDH.